La danza: un viaje iniciatico



Esos momentos que durante el curso se bailaba o cuando directamente veías a los aikidotas “danzar”, eran una epifanía donde alcanzabas la serenidad, tu centro de gravedad, tu unidad con Dios, con el Universo y contigo misma. Esa es la magia de Oriente, frente a esta anti civilización occidental que hemos creado entre todos, en la que nos convertimos en seres fragmentados, infantilizados, compartimentados y separados de todo, incluso de nosotros mismos.
Según los observaba veía como se reintegraban con el universo, pese a las apariencias no existía combate, ni competición, sino una disciplina interior que simplemente buscaba regular la energía interna, el flujo y reflujo, el yin y el yan, buscaba la unidad.. y a la vez todos los posibles, el movimiento, la transformación. La vida es ritmo, es movimiento y el ser humano forma parte de ese orden universal que nos hace estar activos, descansar, absorber, eliminar, buscar la plenitud, el vacío… en nuestros ciclos.



La danza nos hace conectarnos con el entorno del que nos hemos separado. Hemos conquistado espacios abisales, y siderales pero hemos perdido la brújula, el norte, y el contacto real con los que nos rodea y la gente. Basta ver una comida familiar de un domingo, donde todos están pendientes de su móvil y no hablan con los que tienen alrededor. Hemos perdido en nuestras vidas diarias la necesidad de movernos, de caminar, de subir y bajar escaleras… de mil cosas que ahora hacer las máquinas. Y si las sustituimos con jogging, natación, perdemos su sentido con la competición.. y a veces veo que la gente se agita pero no baila, porque han perdido ese sentido de lo sagrado, de lo ludico, del vivir en comunidad y extender la mano que sentí en el desierto entre los beduinos.
La danza es un testimonio de que estamos y pertenecemos al universo, a la gravedad , al silencio y lo sagrado. Danzar es un rito, porque nuestro cuerpo es un templo y es con él, con quien nos relacionamos con el universo, es nuestro vinculo con las energías del cosmos, las fuerzas, las corrientes, los ritmos, es nuestra verticalidad afirmada, es el éxtasis, es la locura de ser uno con el universo es romper la pasividad para empatizar con el creador y su obra, la danza es un mándala perecedero que creamos, aparece y desaparece. Y ahora dime… En esta noche de agosto, ¿no te apetece bailar bajo las estrellas?