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  • Foto del escritorMercedes Izdo/Oscar López

Las edades de Toledo: De la Prehistoria a Roma

Restos de un edificio civil romano de 2000 años de antiguedad, descubierto en el año 2017 en Toledo

Toledo es de piedra y agua, y es sin duda la fiel memoria de España. Se podría decir que es el chakra corazón de nuestra Península, alma y reflejo del destino de nuestra patria y esencia de la magia de esta piel de toro. Ciudad extraña que aquellos que te visitan, nunca saben decir a ciencia cierta si están en Castilla o en al-Andalus, porque en tu Alma de España, lo abarcas todo.

Toledot, Tulaytula, Toletum… diferentes nombres que nos hablan de esa misteriosa belleza de ti, anciana inmortal que todo lo sabe y atesora. Ay, Toledo, quiera Dios que abandones ese fatalismo del destino árabe, el victimismo judío y la resignación del buen cristiano que mira al cielo y con acento recio castellano dice… «tendrá que ser así». Es hora de que nos cuentes, quien eres más allá de esa sentencia catastrofista, de tu espíritu carpetano, guerrero, noble, estoico y humilde, y nos digas «abandono mi apatía y muestro la bandera de mi grandeza, que fue, es y será».

Así que no seamos bolos porque es un orgullo que esta capital regional no sea nuestra, sino universal y que las piedras y rocas que la conforman nos expliquen porque esta región que algunos incultos llaman «la región sin historia», no le falta Historia, sino memoria histórica y orgullo de raza.

Y ahora, «Alhajas», dicho esto comienza esta serie…

Ecos de la Prehistoria

Podemos afirmar que el origen de esta ciudad está condicionado por el peñón y el vado por donde pasa el río Tajo, que cobijó a los diferentes grupos humanos que fueron estableciéndose en sus contornos. Este paisanaje del hombre con el medio permitió que, a finales de la Edad del Bronce, apareciera un asentamiento de bastante importancia que con el discurrir del tiempo dio lugar a una de las primeras ciudades del interior de nuestra Península.

Fue en los amplios humedales que formaba el Tajo donde nuestros antepasados encontraron una exuberante fauna vegetal y animal que permitió la caza, carroñeo y recolección. Allí han aparecido útiles tallados en el Valle del Tajo fechados en el momento en que llegaron los primeros «homo antecesor» a la Península hace 1.300.000 años. Estos fueron hallados en el término de Pueblanueva, en el curso de los ríos Pusa y Sangrera.

Los últimos estudios realizados en la industria lítica aparecida han confirmado que el panorama es mucho más complejo de lo que se creía y que estamos ante un poblamiento que abarca la mayor parte del Pleistoceno, dando lugar a uno de los registros arqueológicos más interesantes para conocer el Paleolítico en el suroeste de Europa.

Los restos hallados en la propia ciudad de Toledo son más recientes, y los hallamos en la zona de Matanzas al sur de la ciudad a unos 50 metros por encima del nivel de las aguas del Tajo en lugares como Santa María de Benquerencia, el Espartal, el Salto de la Zorra, Valdecaba, etc. Estos son de unos 900.000-600.000 años de antigüedad. Por alguna razón que desconocemos estos yacimientos se interrumpen hace 100.000 años. Suponemos que es debido al cambio del homo erectus al homo neanthertalensis y ya posteriormente llegarían grupos de homo sapiens que vivieron junto a arroyos y humedales de la zona.

Neolítico y Cerro del Bú.

Ya en el paraje más cercano al peñón donde surge Toledo no encontramos restos significativos de la neolitización como en otras zonas de la provincia como Azután, Navalcán etc. Y debemos esperar a la transición del Calcolítico a la Edad de Bronce, para hallar datos fiables de la existencia de núcleos estables de población en los alrededores de Toledo. El caso más conocido es el poblamiento del Cerro del Bú que sería si no el más antiguo, si el que da origen a Toledo como ciudad, y que data del siglo XX a.C.

El Cerro del Bú es un enclave mágico para los toledanos que aún sienten temor al hablar de él. Es un pequeño cerro rocoso situado al otro lado del Tajo, entre el Arroyo de la Degollada y la Peña del Rey Moro, junto a la Ermita del Valle y frente a la Casa del Diamantista. Cuenta la leyenda que muchos años antes de que los romanos llegasen a Toledo habitaba en ese cerro una tribu cruel, que adoraba a un dios-demonio llamado Baal-cebú, el cual exigía sacrificar a vírgenes para aplacar su ira. Pero un buen día, un sacerdote se enamoró de una bella joven a la que debía sacrificar, e intentó huir con ella. Pero eso despertó la cólera del Bú, que hizo que la tierra se abriese y el infierno tragase a la pareja. Otra versión afirma que consiguieron escapar, aunque mandó tras ellos una legión de demonios. En cualquier caso, Bú maldijo la montaña para siempre toda pareja que se bese en su cercanía, terminará odiándose.

Mitos y leyendas aparte, las primeras excavaciones realizadas en el Cerro del Bu fueron dirigidas por el académico Manuel Castaños y Montijano, en febrero del año 1905 quien dedujo que aquel recinto amurallado fue un castro ibérico. En la excavación aparecieron piedras labradas, una maza de pizarra, y huesos fosilizados de cuadrúpedos y aves. Se supuso que desde el Cerro del Bú las tribus de la ribera del Tajo se defendían de las ofensivas enemigas. Tuvimos que esperar al año 1990 para que el Cerro del Bu, sea declarado «Bien de Interés Nacional» en la categoría de «Monumento Arqueológico Nacional».

En el cerro hubo un antiguo castro o fortificación pre-romana de la que aún vemos restos de muros defensivos y los cimientos de una pequeña torre rectangular conocida como La Torre del Diablo. La tradición toledana afirma que la torre ocultaba una entrada al infierno y que en las noches de luna llena se veía un resplandor rojizo al abrirse una puerta entre las rocas.

Las excavaciones que se hicieron en los años 80, dejaron al aire estructuras existentes las cuales precisaban protegerse, consolidarse y limpiarse. Y fue el Consorcio del Real Patronato de Toledo en el año 2014 quien con el arquitecto Joaquín A. López López y el arqueólogo organizaron un proyecto para conservar y dar a conocer el lugar a la gente. Juan Manuel Rojas, arqueólogo que dirige el proyecto comentaba:

«aquí hay una organización espacial, con unas estructuras determinadas, no estamos hablando de una agrupación de chozas sin urbanismo; aquí hay arquitectura e ingeniería porque se organizan para vivir y protegerse. Tras las últimas excavaciones podemos decir que hay más que suficientes datos para poder afirmar que este es uno de los yacimientos más importantes que hay en la cuenca media del Tajo y posiblemente en el centro de la península en la Edad de Bronce, del Bronce antiguo o medio, siglo XIX, XX o XVIII antes de Cristo. Tuvieron que aterrazar para asentar sus casas, tuvieron que hacer unos balcanes con unas terrazas artificiales. Hay una gran cantidad de rocas recogidas y talladas. Y eso está claro que evidencia un conocimiento de la arquitectura y de la ingeniería».

Dado que en el casco aparecieron cerámicas pertenecientes a la gente de Cogotas I, cuyo modelo de vida es de base agrícola, y que tenían una tradición itinerante y poca complejidad social. Investigadores como Jesús Carrobles, apuntan a que esta rapidísima evolución se debe a la llegada de colonizadores orientales fundamentalmente fenicios. Y para ello tenemos como prueba el hallazgo de objetos importados de Chipre, o costa libanesa que se han hallado en la Meseta. Fue en este mestizaje de fenicios que comienzan a originarse rutas comerciales que van abriendo vías de comunicaciones. Así es como el vado de Toledo comenzó a destacar en esa red de comunicaciones. A raíz de ello la sociedad se hace más compleja y de estructura jerárquica. Y así encontramos las estructuras documentadas de las Casas de Ahí, en el término municipal de Toledo que pertenecerían a una red de pequeños poblados dependientes del lugar central desde el que se controla y decide la explotación de territorios que poco a poco se van extendiendo.

Llegamos ya a la Segunda Edad del Hierro, de esa época se han encontrado en el casco de Toledo, cerámicas de tipo ibérico fechadas en el siglo V a.C que se entremezclan ya en el siglo IV a.C, debido a una aculturación ibérica con una realidad indoeuropea que tiene su origen en los Campos de Urnas. Este fenómeno verdaderamente tardío coincide con la incorporación y mestizaje con tradiciones celtiberas de ideales guerreros y aristocráticos. A este periodo corresponden fíbulas de caballito encontradas en el casco urbano.

La Carpetania y Toledo

Los Carpetanos eran un pueblo que habitaba la Meseta sur, desde la sierra de Guadarrama hasta el Tajo. El término «carpetano» deriva del griego «karpetanoi», que a su vez procede de los primeros que contactaron con ellos: los cartagineses. En idioma púnico-fenicio, «kartp» significa ciudad amurallada, y los kartp-etanos serían los que habitan taludes, cuestas o escarpes. Esto es debido a que la mayoría de ciudades carpetanas estaban situadas en lugares altos de difícil acceso, pero fácil defensa.

Las únicas industrias carpetanas eran las del hierro y el tejido de lana, que revelan el origen nómada pastoril de este pueblo. Los romanos aborrecían su costumbre de utilizar los orines para lavarse el cuerpo y los dientes. Las milicias carpetanas iban a pie, aunque suponemos que también harían uso de la caballería como el resto de los íberos. El soldado de infantería carpetano vestía un manto rectangular de lana que iba por encima de las rodillas y que se ponía encima del resto del ropaje, ajustándose por medio de un broche. El sagum celtibérico era una prenda fundamental para soportar los fríos y duros inviernos de la meseta, y fue rápidamente copiado por los legionarios romanos. Estos no estaban acostumbrados a soportar el clima invernal de Castilla. Incluso Publio Cornelio Escipión Emiliano solicitó como rescate en una de sus victorias el pago en miles de sagum, durante las Guerras Celtíberas. Además del sagum, los carpetanos protegían su cabeza con un casco de bronce coronado con un penacho de color rojo. En la mano portaban un escudo redondo muy ligero, y sus espadas eran de dos filos.

En tiempos de la conquista romana Ptolomeo cuenta que existían 18 ciudades romanas llamadas Iturbida, Egelesta, llarcuris, Varada, Thermida, Titulcia, Mantua, Toletum, Complutum, Libora, Ispinum, Metercosa, Bamacis, Altemia, Patemiana, Rigusa, Laminium y Caracca.

Las ciudades carpetanas eran ciudades-estado en su época primitiva. Tenían una organización jerárquica donde un régulo (rey o caudillo) dominaba el territorio y dirigía el ejército a nivel militar, mientras que un consejo de ancianos tutelaba los destinos del pueblo. Conocemos los nombres de los régulos carpetanos Thurro e Hilerno por los autores latinos.

Los carpetanos tenían el trigo como base de su alimentación. En cuanto a las especias, el comino de la Carpetania fue alabado por los romanos por su excelente calidad. Con la bellota procedente de los abundantes encinares que había en la Península elaboraban cerveza y pan en época de malas cosechas.

A partir de las campañas del cartaginés Aníbal en territorio vacceo en el año 220 a.C, existen referencias escritas que nos hablan de sus alianzas con los vettones y otros pueblos celtíberos para oponerse a los cartagineses. Polibio contó sí el enfrentamiento de Anibal con los olcades y la reacción carpetana. Parece ser que su ejército atacó sin piedad la ciudad de Althea, de forma tan cruel que las demás ciudades se entregaron. Con el botín rapiñado Anibal se retiró a Cartagena a pasar el invierno. Pero tras el susto, los carpetanos decidieron arremeter contra Anibal, y así lo describe Polibio:

«Al verano siguiente, Anibal salió de nuevo, está vez contra los vacceos, lanzó un ataque contra Helmántica (Salamanca) y la conquistó; tras pasar muchas fatigas en el asedio de Arbucala (Toro, Zamora), debido a sus dimensiones, al número de habitantes y también a su bravura, la tomó por la fuerza. Ya se retiraba, cuando se vio expuesto súbitamente a los más graves peligros: le salieron al encuentro los carpetanos, que quizás sea el pueblo más poderoso de los de aquellos lugares».

Pero pobres carpetanos y demás pueblos celtíberos, se acercaba una derrota histórica:

«Los fugitivos de Helmántica, después de unirse a los exiliados de los olcades, pueblo dominado el verano anterior, instigaron a los carpetanos, y atacando a Aníbal a su regreso del territorio vacceo no lejos del río Tajo, desbarataron la marcha de su ejército entorpecido por el botín. Aníbal obvió el combate y después de acampar a la orilla del río, una vez que reinó la calma y el silencio en el lado enemigo, vadeó el río, levantó una empalizada de forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando. Dio orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen metida en el agua; los elefantes, pues había cuarenta, los colocó en la orilla. Entre carpetanos y tropas auxiliares de olcades y vacceos sumaban cien mil, ejército invencible si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por naturaleza y confiando además en el número, creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo, lanzando el grito de guerra se precipitaron al río de cualquier manera, sin mando alguno, por donde a cada uno le pillaba más cerca. También desde la otra orilla se lanzó al río un enorme contingente de jinetes, y en pleno cauce se produjo un choque absolutamente desigual, puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y poco confiado en el vado podía ser abatido incluso por un jinete desarmado que lanzase su caballo al azar, el soldado de caballo, con libertad de movimientos para sí y para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio de los remolinos. Una buena parte de los hispanos perecieron en el río; algunos, arrastrados en dirección al enemigo por la corriente, fueron aplastados por los elefantes. Los últimos, que encontraron más segura la vuelta a la orilla, después de andar de acá para allá se reagruparon, y Aníbal, antes de que se recobrasen sus ánimos de tan tremendo susto, metiéndose en el río con su guardia en formación en cuadro los obligó a huir de la orilla, y después de arrasar el territorio en pocos días recibió oficialmente la sumisión de los carpetanos».

Tras la victoria, Aníbal pactó con los carpetanos gracias a la toma de rehenes y el bloqueo de suministros, amenazando con la agresión militar. En dicho pacto mantenían una independencia relativa a cambio de bienes y apoyo militar. Declarada la II Guerra Púnica entre Roma y Cartago, Aníbal reclutó multitud de cuerpos auxiliares entre carpetanos, lusitanos y otros pueblos celtíberos. Pero la victoria de esa II Guerra Púnica (218-201 a. C) fue para Roma que confinó a los cartagineses en Túnez, su tierra de origen.

La República romana dividió la Hispania en dos provincias: Hispania Citerior e Hispania Ulterior, y con Marco Porcio Catón, conocido como Catón el Viejo, de Proconsul de la Citerio comenzaron una guerra sin tregua contra las tribus de la meseta. Los carpetanos se alzarán contra Roma en el año 195 a.C

En el año 193 A.C. fueron enviados como pretores Cayo Flaminio a la provincia Citerior y Marco Fulvio Nobilior a la Ulterior. Ambos lucharon contra las tribus de la meseta. Hilerno, rey de la Carpetania, estableció una alianza con vacceos, vettones y olcades. Pero Fulvio Nobilior y las legiones salieron victoriosos e Hilerno tuvo que refugiarse en Toletum. Los romanos asediaron la ciudad hasta su rendición y le prendieron. Sin su carismático rey, las ciudades carpetanas cayeron una a una. Aun así, fue elegido como nuevo regulo Thurro en el 193 a.C con los pocos carpetanos que aún eran libres y que luchaban con tácticas de guerrilla entre las ciudadelas que aún no habían caído ante el yugo romano.Tras 4 años Thurro y sus hombres, fueron cercados en Alce (Alcázar de San Juan), donde los restos de la resistencia carpetana fueron aniquilados por las legiones en el año 179 A.C.. Este suceso fue narrado por Tito Livio como uno de los más importantes acontecidos en Hispania.

RELIGIÓN

En la religión carpetana desempeñaban un papel muy importante los árboles y los bosques, así como las fuentes de agua. El agua era un poderoso agente terapéutico y mágico, además de hogar de la divinidad. En Uclés (Cuenca), zona carpetana, se ha encontrado una inscripción cerca de Fuente Redonda, dedicada al dios Airón, dios del inframundo, pero también de la vegetación y el agua, que era considerado dios de la vida. También se ha documentado por las fuentes clásicas el culto a olivares sagrados, que eran concebidos como templos al aire libre por sus gentes.

En los santuarios hispanos no hay imágenes de dioses, que eran entes abstractos que no se podían representar. Este pueblo celta, aunque con una indudable carga ibérica, presenta los rasgos de la religión céltica europea, con algunas variaciones. La religión céltica en Hispania es arcaica ya que venía de una corriente indoeuropea más antigua que los celtas de la Galia y por eso no existe la figura del druida. Los celtas hispanos eran de las más antiguas estirpes cuyas tradiciones se habían perpetuado en la Meseta. En la actualidad se estudia que el origen de los pueblos celtas estuviera en Celti (provincia de Sevilla).

Los carpetanos además rendían culto al caballo, y en regiones limítrofes como la arévaca Segontia (Sigüenza) se ha documentado una diosa celta llamada Epona, protectora de los caballos. Otros dioses serían Iscallis, versión hispana de la diosa romana Diana, o Ataecina, diosa ctónica del inframundo que pertenecen a un viejo sustrato mediterráneo de cultos agrícolas. Otro dios importante era Vaélico, personificado como un lobo. Este dios era de carácter infernal, como lo indican el jabalí y los erotes con antorchas representados en sus aras, y a él estaba dedicado el santuario más importante de la Hispania pre-romana. Los ciclos de la naturaleza, los de la vida y la supervivencia tras la muerte están en el centro de estas creencias.

Os dejo con este video… más que especial para mi, es la visión de las piedras vivas de Toledo.


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